Hoy, después de mucho, mucho tiempo, soñó con ella antes de despertar por la mañana. La vio llegar entre varia gente y una vez que estuvo cerca, perdió a propósito el contacto visual con su rostro. Calculó evitarla y fue peor: como en cámara lenta ella le extendió su mano y él le correspondió con la suya. Y todo lo que tenía de sueño se volvió táctil; todo se activó por un momento con sensación de eterno. Ignorar voluntariamente el rostro de ella fue el autoengaño con que la piel dirigió el cerebro. Las manos entrelazadas contenían todos los códigos que les unían, todo el calor que compartieron, toda la risa de su complicidad, toda el agua calma de cuando fueron paz. Los dos, cada vez más lejos del evento que los sincronizó. Ella, recordada. Vivida.

Se despertó con un hueco vuelto a hacer. Con el desayuno, el mundo real retomó el control hasta ser consciente de que el café había acabado.

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